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Tal vez haya que esperar un par de décadas para que las 9.000 plantas de categoría seleccionada de pino piñonero plantadas en dos parcelas ubicadas en la localidad de Valdegrulla (comarca de El Burgo de Osma, en Soria) dé piñones de uso alimentario comercializable. Para entonces, lo que hoy eran algo más de ocho hectáreas de cultivo de cereal secano con baja rentabilidad en terrenos poco fértiles, será en toda regla, un bosque, con los numerosos beneficios naturales que ello implica: desde el aumento de la biodiversidad, al control de la erosión, pasando por la ayuda contra el cambio climático o el refugio de fauna, ya que la actuación se ha realizado en un páramo agrícola con poco arbolado.
La sociedad no tiene que esperar, sin embargo, para ver los primeros beneficios que el bosque deja en la zona, ya que, desde su diseño, está generando empleos de mano de obra local. En concreto, de forma directa ya han sido unos 60 jornales para diferentes perfiles que han intervenido en la acción, desde ingeniero, capataz, maquinistas a peones forestales; y de forma indirecta, otros vinculados a la producción de planta en vivero o transporte, por citar alguno. Pero, además, esta acción lleva implícita unas tareas de mantenimiento que se abordarán en los próximos cinco inviernos.
Por tanto, la plantación además de generar alimentos y empleo en la región fortalece al territorio y le permite adaptarse a retos futuros como el despoblamiento rural o los impactos del cambio climático.
Madera y níscalo
Cuando el bosque esté consolidado, en unos 20 años como decíamos y sea capaz de generar ese piñón, también necesitará una o dos claras para reducir la densidad y optimizar la producción de piñón, lo que permitirá, además, obtener como subproducto apeas de madera que tendrán un destino para producción de biomasa o pasta de papel. Y, por si fuera poco, con la creación de estas parcelas se amplían las posibilidades de alta producción micológica, sobre todo níscalo.