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El experto en prevención Jesús Barranco asegura que el fuego va a seguir existiendo y que hay que apostar por adelantar en qué sustrato, forestal y social va a producirse
Los mega incendios no son simplemente el problema en esta nueva “era medioambiental” que vivimos sino la materialización de unas condiciones de las que debemos tomar conciencia
El autor del libro Manual de Lucha contra los Incendios Forestales analiza el proyecto LIFE Soria ForestAdapt y asegura que es clave aprender cómo adaptarnos al cambio climático para evitar igniciones y tener una posición que nos permita naturalizar las nuevas dinámicas ambientales
Jesús Barranco ha dedicado toda su carrera a tratar de entender los incendios y su comportamiento, incluso ha reflejado sus conocimientos en un libro, Manual de Lucha contra los Incendios Forestales. Este ingeniero forestal que batalla con las llamas de Canarias desgrana por qué proyectos europeos como LIFE Soria ForestAdapt, que estudia cómo adaptar los bosques a los impactos del cambio climático y que coordina Fundación Global Nature (FGN), son tan importantes incluso para evitar incendios. Las claves: por un lado, ofrecen una visión técnica y científica que nos permitirá adelantarnos por una vez al empuje climático y, por otra, ofrece herramientas a la sociedad para que pueda trabajar por sí misma.
Como estamos viendo en la actualidad, nos enfrentamos a fenómenos naturales que escapan a nuestra capacidad de intervención, en este caso, incendios virulentos y de difícil control; el cambio climático, y cómo nos adaptamos a él, tiene mucho que ver.
El experto en gestión forestal y lucha contra incendios, Jesús Barranco.
Me parece exactamente el tipo de enfoque que hay que promover: gestionar de forma científica y técnica la evolución de nuestro territorio forestal hacia un escenario más adaptado, más resiliente… más adecuado, en realidad. Adelantarnos, por una vez, al empuje climático, y colocarnos en una posición que nos permita anticipar los impactos, y naturalizar las nuevas dinámicas ambientales. Tenemos que ayudar al planeta a reencontrar el equilibro que nosotros mismos le hemos obligado a perder. Y ello implica comprender que ese equilibrio no está ya en el punto de partida. Para eso, actuaciones como las que plantea el LIFE Soria ForestAdapt son imprescindibles. El fuego va a seguir existiendo. Las igniciones van a seguir produciéndose. Lo importante es: ¿en qué sustrato, forestal y social, van a producirse? Ahí es donde tenemos un enorme campo de desarrollo. En este caso concreto, que las especies forestales y su estructura sean las adecuadas para las nuevas condiciones climáticas en las que van a tener que medrar permitiría afrontar cualquier planteamiento de gestión y prevención desde un punto de partida infinitamente mejor al actual. Tanto para intervenir, como cuando no podamos hacerlo.
Sí, es una tradicional llamada de atención a un elemento importante en la lucha contra los incendios forestales: dotar de medios para la extinción en verano no es nunca suficiente para poder acometer esta tarea con visos de éxito, y estándares mínimos de seguridad. Resulta necesario trabajar durante el resto del año (personificado en “el invierno”) para que el escenario que se presenta en verano ofrezca alguna ventana de oportunidad para “apagar”.
Muy relevante. Estamos acostumbrados a observar la naturaleza como si fuera un modelo sólido, firme, invariable. Los cambios nos parecen modificaciones puntuales y habitualmente artificiales, antrópicas. Lo cierto es que la naturaleza está en permanente cambio, aunque a un ritmo suficientemente lento como para que nuestros sistemas se adapten de forma orgánica sin apenas percibirlo. Vemos una fotografía, cuando en realidad es una película increíblemente dinámica, solo que a cámara lenta. Desgraciadamente, ahora nos encontramos en una situación diferente. Por culpa en buena parte de nuestra actividad en el planeta. Pero, en realidad, para lo que nos afecta, indiferente del factor causante. Lo importante es que el ritmo de cambio actual es tal que los ecosistemas se están teniendo que readaptar de forma acelerada y la búsqueda de nuevos equilibrios puede tener graves consecuencias. Tanto para el territorio, como para los que habitamos en él.
Estos nuevos incendios son criaturas surgidas al amparo de este cambio. El fuego se daría en otros escenarios, pero con unas condiciones y características muy diferentes. Ahora nos enfrentamos a fenómenos naturales que escapan de nuestra capacidad de intervención, que medran en territorios con modelos de vegetación que se encuentran, repentinamente, casi fuera de sus hábitats ordinarios, presionados por déficits hídricos importantes, o directamente desplazados por formaciones más xéricas. Y que maximizan el impacto negativo de cualquier fenómeno extremo sobre el que se puedan apoyar, desde los días de altas temperaturas (HTD) a las advecciones de aire seco y cálido, pasando por períodos de sequía intensa, dinámicas de viento, etc.
No, de hecho, en menor medida, tampoco lo era cuando se generalizó la expresión anterior. El intento de hacer comprender la necesidad de trabajar de diferentes formas y con diferentes medios durante todo el año para poder acometer una tarea como esta provocó un efecto secundario, también indeseado: la idea, extendida entre algunos colectivos, de que los trabajos preventivos en invierno eran condición no solo necesaria, sino también suficiente, para lograr erradicar o al menos controlar el problema.
En mi opinión, los trabajos preventivos eran imprescindibles, y permitían que los medios de extinción tuvieran sentido y oportunidad. Pero no eran suficiente per se. Es el equivalente a trabajar durante todo el año para mejorar la salud y las prácticas de vida saludables de las personas: a largo plazo, va a reducir notablemente la necesidad de determinados servicios médicos, pero no por ello puedes prescindir de los mismos, porque seguirán haciendo falta.
Desgraciadamente, todo lo anterior comienza a ser irrelevante hoy en día, puesto que hemos superado también ese escenario. En los parámetros actuales, ambientales y territoriales, somos literalmente incapaces de hacer que las líneas de acción preventiva tradicionales tengan un impacto suficiente para marcar la diferencia en esta nueva era de incendios. O, más bien, en esta nueva “era medioambiental”, donde los mega incendios no son simplemente el problema, sino más bien un síntoma, la materialización de unas condiciones de las que debemos tomar conciencia.
Este tipo de herramientas son lo que necesitamos. Desde el mundo técnico y académico hablamos mucho del cambio, de la adaptación, de las necesidades de gestión… pero nuestra obligación es, también, dar herramientas a la sociedad para que pueda obrar en consecuencia. Si no lo hacemos, podemos llegar a generar estados de opinión, pero seguiremos alejándonos del objetivo real. La traducción de lo que hemos aprendido, y estamos aprendiendo, en una herramienta útil, adaptable, que sea, además, ajustable en el tiempo en función de los resultados que se derivan de su implantación, sería algo extraordinario.
De cara a la prevención de incendios, los aspectos son muy diversos. ¿Qué tipo de estructura tendrían las nuevas masas forestales? ¿Cómo reaccionan a los nuevos perfiles hídricos a los que nos enfrentamos? ¿Qué porcentajes de humedad tendrán los combustibles vivos durante el año? ¿Qué capacidad tienen para inhibir o dificultar la aparición de sotobosques xéricos o pirófitos? O al revés, ¿pueden generar formaciones más higrófilas, que sean resistentes por sus propios medios ante el fuego? ¿Cómo podemos combinar distintas coberturas en el territorio para maximizar objetivos ambientales y sociales, pero también preventivos? Las preguntas son múltiples, pero con este tipo de proyectos podemos comenzar a diseñar respuestas realistas.
El problema es que más que mejorar o completar, hay que repensar. Yo creo que lo que nos falta es gestión. No necesariamente intervención, ojo. Gestionar no siempre es “tocar”. Es descubrir qué debe funcionar con el menor nivel de alteración factible, y qué necesita nuestra participación para evolucionar de forma adecuada, hacia un ecosistema que, a ser posible, requiera de nuestra tutela lo menos posible. Esto ya era así antes, la prevención no hacía sino poner una etiqueta a trabajos de gestión forestal, que en realidad tenían que ir mucho más allá de lo que la mera prevención de incendios conlleva, aunque normalmente nos quedábamos ahí. Ahora, la escala y el problema son diferentes. Y la gestión tiene que ser, de nuevo, un enfoque holístico.
La actuación preventiva en las llamadas zonas críticas, la recuperación de actuaciones de baja intensidad sobre el territorio (como el pastoreo prescrito), la valorización de la biomasa, el apoyo a la transición de determinadas formaciones vegetales hacia sus versiones más adaptadas a las nuevas condiciones, la difusión de buenas prácticas agrícolas… hay muchas cosas que se pueden hacer. Todas son necesarias, pero ninguna, por sí sola, va a ser suficiente.
En algunos casos, incluso, asumir que vamos a perder determinados paisajes, determinados ecosistemas, al menos en la forma en la que los hemos conocido. Es también algo muy humano el aferrarnos a ellos, incluso cuando la naturaleza nos indica a gritos que es hora de cambio.
Canarias es un territorio muy diverso, muy fragmentado, y enormemente propenso a las duplicidades en términos de competencias y actuación. Además, la transferencia de conocimiento no funciona bien entre islas ni entre administraciones. Tenemos lecciones aprendidas valiosísimas repartidas a lo largo del archipiélago, y no somos ágiles a la hora de compartir y aprender. Hemos mejorado mucho, creo, en la intervención. Ha aumentado la coordinación, y la movilidad de medios entre islas, y eso ha mejorado nuestra capacidad operativa, nuestra eficiencia, y todo ello a menor coste. Pero nos falta mejorar en nuestros perfiles de gestión, en la planificación de las actuaciones sobre el medio, que muchas veces siguen orientadas hacia “conservar lo que hay, como está” cuando la realidad climática nos indica que el futuro nos lleva en una dirección diferente. Hay un amplio sustrato de prácticas tradicionales, pero adaptables a la situación actual, que pueden contribuir no solo a la prevención, sino también a la recuperación de paisajes, un elemento de importancia medioambiental, pero también económica. Tenemos que dialogar con el campo, porque los paisajes agrícolas y los forestales no pueden darse la espalda en Canarias, están vinculados no solo física, sino también espiritualmente en las islas.
Y, en algún momento, alguien tendrá que abrir el melón de los instrumentos de gestión de los espacios naturales protegidos, que se redactaron en una época (temporal o mental) en la que las amenazas para nuestro medio natural eran otras. Toca reevaluar los objetivos, y las herramientas que se habilitaron para alcanzarlos.